ÁLVAREZ RIXO: El ojo ilustrado
Clementina Calero, Gonzalo Pavés
José Agustín Álvarez Rixo es una figura fundamental para conocer y entender muchos de los acontecimientos acaecidos en el Puerto de la Cruz, localidad donde nace el 28 de agosto de 1796. Íntimo amigo de Alfred Diston quien solo tres años antes, en febrero de 1793 nacía en Lowestoft, condado de Suffolk, falleciendo en el Puerto de la Cruz en 1861. Diston había llegado a Tenerife a principios del siglo XIX, instalándose en el Puerto de la Cruz para dedicarse al comercio, siendo miembro de la Casa Comercial Pasley y Little, y más tarde miembro de la Real Sociedad Económica Amigos del País de La Laguna y de la Academia de Bellas Artes Álvarez Rixo diría de él que,
… era aficionado al dibujo y pintó nuestras costumbres con sus anotaciones que estampó en Londres el año 1829; asimismo había copiado diversas curiosidades históricas de estas islas, razones por las cuales es merecedor de que se haga memoria de su mérito, como lo han hecho algunos viajeros que venían recomendados a la Casa de Pasley y Little, que don Alfredo manipulaba.
Por su parte, el Doctor José Luis García Pérez en su artículo titulado Alfred Diston, un viajero singular, nos refiere que este autor se muestra,
(…) en sus primeros años, como un simple aficionado a la pintura y al dibujo que, entusiasmado por la armonía, la luz y color del paisaje insular, no dudó en empuñar el carboncillo, el lápiz o el pincel, buscando siempre la manera de adentrarse de una mejor forma en el entorno insular, y utilizando este medio como una herramienta útil e imprescindible para poder perpetuar todo ese saber costumbrista en el espacio y en el tiempo.
Opinamos que estas palabras que según Álvarez Rixo definen a Alfred Diston podríamos aplicárselas a su propia persona, pues no podemos considerarlo a él tampoco como un pintor propiamente dicho sino más bien, como un aficionado a la pintura que al igual que aquel, a carboncillo, aguada o acuarela, plasma en el papel todo lo que se presenta ante sus ojos. Retratos y autorretratos, vistas urbanas y arquitectónicas, interiores de estancias, imágenes sagradas y objetos para el culto, mapas, planos, vistas de la costa, en definitiva un sinfín de testimonios gráficos de todo aquello que podía tener interés. Para don José Agustín no había nunca una obra acabada, siempre era susceptible de ser completada con apéndices y nuevos añadidos. Sus manuscritos son testigos de esta forma de proceder que, por otra parte y salvando las distancias, se acerca mucho al concepto anglosajón de work in progress, un trabajo que crece y se enriquece orgánicamente mientras el autor está vivo. Con sus dibujos y garabatos actúa de forma parecida, esboza, bosqueja, emborrona aquí y allá, figura y desfigura, experimenta con ingenio y ligereza sobre el borde amarillento de un legajo y, de pronto un día, aquel trazo improvisado aparece formando parte de una obra definitiva. Por esta razón no es difícil imaginarnos a Álvarez Rixo deambulando por las calles y plazas del Puerto cargando con todo lo necesario para, en el momento requerido, tomar nota de una efímera impresión de un momento, de una actitud, de un rasgo sobresaliente para más tarde completarlo en casa tirando de memoria e imaginación.
Y efectivamente, este hecho queremos destacarlo por encima de cualquier otro, pues una ciudad como el Puerto de la Cruz, que tantas transformaciones ha sufrido a lo largo de su existencia, y que ha visto transformarse su fisonomía hasta desaparecer por completo, en algunos aspectos, que pueda contar con un testimonio gráfico de esta categoría es digno alabar.